Si yo fuera motagüense, hoy sentiría que el fútbol se ha enojado conmigo y que alguna factura pendiente le debo al destino. Porque mientras yo era feliz en la grada y miles de luces iluminaban los rostros de mis hermanos, un tipo vestido de blanco (como para hacer más horrible el momento) me gritó un gol que aún hoy no logro entender.
Si yo fuera motagüense, hoy pensaría en el bendito momento que mi corazón decidió enamorarse de ese azul profundo. Como un hombre que mientras pelea con la mujer que ama, se le cruza por la mente la reconfortante idea de volver atrás en el tiempo y nunca haberla conocido. O lo que es peor, se cruza por la mente la decisión de abandonarla, de no volver más, de renunciar por mucho que se ame.
Si yo fuera motagüense, pediría que todos mis jugadores se conviertan en desempleados, en especial esos que le ponen sal y especias a la pelota antes de comerse goles debajo del marco. A esos quisiera retirarlos no solo de mi equipo, también del fútbol.
Si yo fuera motagüense, seguro que culparía a Diego porque mi equipo no pasó de centrar y centrar cuando era evidente que el partido ameritaba otra idea. Si yo fuera motagüense, quizá me pondría el traje del malagradecido y con furia, preso de la rabia, le pediría al técnico que me ha regalado 16 semifinales, tres finales internacionales, hermosas eliminaciones a los vecinos, que cambió mi dinámica de ser campeón un torneo y quedar noveno al siguiente, al tipo que ya no le ajustan las manos para abrazar los títulos que ha puesto en mi vitrina, a ese sujeto le pediría que se largue y no vuelva más.
Pero si yo fuera motagüense, me tomaría un momento para respirar, para recordar mi historia o llamar a ese viejo que es el culpable de este sentimiento. Lo llamaría y le preguntaría ¿Qué hace un motagüense ante la adversidad?
Y seguro que me contestaría lo que yo ya sé, que un motagüense mira la tormenta y sonríe. Que un motagüense, cómo es un águila, es capaz de curarse a si mismo y volver más fuerte, incluso más elegante.
Si yo fuera motagüense, me pondría la camiseta de la esperanza, me guardaría las críticas para después del martes, les daría una palmada en la espalda y les diría que la mejor forma de disculparse por lo del miércoles, es ganando allá.
Si yo fuera motagüense, disfrutaría este momento, porque las historias más lindas, son aquellas donde se sufre antes de alcanzar la gloria y vaya que yo he sufrido.
Si fuera motagüense, me pondría la camiseta y saldría a la calle, para demostrarle al mundo lo que ya saben, que no se trata de copas, se trata de amor.
Si yo fuera motagüense, renovaría mi fe. Imagínate que los 'barcelonas' creyeron en “el milagro de Munich”, cómo no voy a creer yo en “el milagro de Ciudad de Guatemala”. Que, por cierto, no es milagro, ni es Munich.
Pero eso sería yo, si fuera motagüense...
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